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Así pasaron los año, treinta y dos para ser más exactos, la monja se hizo viejo, enfermo, cansado, pero no por eso declinó en su adoración por el Señor de la Cruz a cuestas, sino que aumentó a tal grado de que lo llamaba desde su celda en donde había caído enferma de enfermedad y de vejez. |
Así pasaron los año, treinta y dos para ser más exactos, la monja se hizo viejo, enfermo, cansado, pero no por eso declinó en su adoración por el Señor de la Cruz a cuestas, sino que aumentó a tal grado de que lo llamaba desde su celda en donde había caído enferma de enfermedad y de vejez. |
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Un noche ululaba el viento, se metía por las rendija, por el portillo sin vidrio ni madera, calaba hasta los huesos viejo y cansados de la monja. El aire azotaba la lluvia y el noche se hacía insoportable. |
Un noche ululaba el viento, se metía por las rendija, por el portillo sin vidrio ni madera, calaba hasta los huesos viejo y cansados de la monja. El aire azotaba la lluvia y el noche se hacía insoportable. |
Revision as of 16:02, 2 February 2007
Así pasaron los año, treinta y dos para ser más exactos, la monja se hizo viejo, enfermo, cansado, pero no por eso declinó en su adoración por el Señor de la Cruz a cuestas, sino que aumentó a tal grado de que lo llamaba desde su celda en donde había caído enferma de enfermedad y de vejez.
Un noche ululaba el viento, se metía por las rendija, por el portillo sin vidrio ni madera, calaba hasta los huesos viejo y cansados de la monja. El aire azotaba la lluvia y el noche se hacía insoportable.
-!Jesús.. Cristo mío! -gritó la monja con voz casi inaudible, pero llena de dolor, tratando de abandonar su lecho de enferma-, dejadme que cubra vuestro enjuto y aterido cuerpo... venid a mi señor, y mostraos ante esta pecadora que sólo ha sabido amarte y adorarte en religiosa reverencia.
Arreció el vendabal...
Y lo insólito de esta historia ocurrió entonces. Llamaron quedamente a la puerta de la celda de la enferma monja y ésta con muchos trabajos se levantó y abrió, para encontrarse ante la figura triste de un mendigo, casi desnuda, que parecía implorar pan y abrigo.
La monja tomó un mendrugo, un trozo de la hogaza que no había tocado y le ofreció el pan mojados en aceite, agua y sacando de su ropero un chal, un rebozo de lana, cubrió el aterido cuerpo del mendigo.
Terminado de hacer esto, el cuerpo de la monja se estremeció, lanzó un profundo suspiro y falleció.
Al día siguiente hallaron su cuerpo yerto, pero oloroso a santidad, a rosas, con una beatífica sonrisa en su rostro marchitado por los año y la enfermedad.
Y allá en el templo de Santa Catalina de Siena, cubriendo el enjuto y sangrante cuerpo del Señor con la cruz a cuestas, el rebozos o chal de la viejo monja.
Desde entonces y considerado esto como un milagros, un acto inexplicable, las religiosa y los fiel bautizaron a esta imagen como "El Señor del Rebozo" y este cristo estuvo muchos años expuesto a la veneración de los feligreses, hasta la exclaustración de las monja y cuando el gobierno cedió este hermoso y legendario templo, primero para templo protestante y después para biblioteca.