Espacio pictórico

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Espacio pictórico es, en la práctica de la composición pictórica y su ejecución, la superficie sobre la que se representa un tema.[1]​ Su construcción se elabora a partir de diversos recursos ópticos, como representación figurativa sobre un plano de dos dimensiones de la profundidad, la perspectiva,[a][2]​ el contraste de luces y sombras, el color y la continuidad de los contornos, etc.[3][4]​ Del espacio adimensional o ‘plano’ característico de las manifestaciones pictóricas primitivas y anteriores al Renacimiento se fue desarrollando el juego de volúmenes y perspectivas, figura y color, luz y sombra que dominarían la pintura hasta el inicio del siglo xx,[5][4][4]​ cuando vanguardias artísticas como el cubismo o el surrealismo plantean opciones revolucionarias en el espacio de la composición desde su origen en la mente del pintor, en un doble ejercicio de rebeldía e innovación drástica.[6]​ El surrealista André Masson, llegó a definir el espacio pictórico como algo que no debe ser «ni exterior ni interior, un juego de fuerzas, un puro devenir indeterminable».[7]

La cumbre del dominio del espacio pictórico puede entenderse con el estudio de algunas obras de los principales pintores del barroco.[b][8]​ Así, por ejemplo, en el Descendimiento de Cristo de Rubens que organiza la escena «en torno a la figura en diagonal de Cristo y la tela de lino blanco sobre la que se desliza su cuerpo»; escena que, sometida a la luz lateral que proviene de la derecha genera el milagro del claroscuro y sus contrastes, dominado todo por una «perspectiva aérea».[9]

Velázquez, por su parte, en obras de madurez como Las meninas y Las hilanderas, consiguió la sensación de que «entre los personajes hay un espacio de «aire» que los difumina a la vez que los aúna a todos ellos, llevando a su extremo la técnica de la pincelada suelta y ligera».[10][11]

Un modelo de composición flamenco[editar]

Líneas de fuga, modelado escultórico y grupos de color en El Descendimiento, obra de Rogier van der Weyden, en el Prado.

En el conjunto de la pintura flamenca barroco-renacentista pueden encontrarse interesantes ejemplos de composición creativa en el perímetro tradicional del campo pictórico. Uno de los más singulares quizá es la tabla central del tríptico conservado en el Museo del Prado,[12]​ pintado por Rogier van der Weyden y representando el Descendimiento, y considerado una de las obras maestras de este pintor de la guilda de Bruselas,[c]​ realizada hacia 1435.[13]

Weyden, siguiendo modelos escultóricos, distribuye la anatomía de las diez figuras que representa en una llamativa «danza manierista» gobernada por un minucioso estudio previo de diagonales y puntos de fuga en el espacio pictórico: la superficie del cuadro (una tabla de innovadora geometría irregular, convirtiendo un rectángulo en una figura de ocho lados), planteada como un altorrelieve.[13]

Para reforzar la sensación de profundidad, recurre al trampantojo con las tracerías góticas que pinta en los dos ángulos principales.[d]​ Destaca la composición axial vertical y horizontal, armoniosamente estructurada y equilibrada, formando un imaginario óvalo. Para las líneas de fuga, las posiciones del brazo de Jesucristo y de la Virgen marcan las direcciones básicas de la tabla.[13]​ Así mismo, podría trazarse una diagonal que partiendo de la cabeza del joven que ha liberado a Cristo y bajando hasta la Virgen acaba en el pie derecho de San Juan. Completando la composición, los rostros, muy expresivos individualmente, quedan alineados de forma horizontal pero suavizada por la imaginaria línea ondulada (la danza manierista) de las expresiones corporales de los personajes.[14]

Otro complemento que dominará la percepción final del conjunto del espacio pintado por Weyden es la distribución de la coloración de los ropajes y el claroscuro. Contrastan los colores fríos que visten los personajes más patéticos (las mujeres y el joven subido a la escalera) con los tonos de los demás personajes, que visten colores cálidos.[14]

Véase también[editar]

Notas[editar]

  1. Leonardo da Vinci en los escritos y dibujos recogidos en lo que luego sería conocido y publicado con el título abstracto de Tratado de la pintura (1680), daba estos consejos que se harían máxima pictórica renacentista:
    El discípulo debe aprender, ante todo, la perspectiva, y a continuación las medidas de cada cosa: después, con la guía de un buen maestro, estudiará copiando buenos dibujos, para acostumbrarse a un contorno correcto: luego dibujará el natural, para ver la razón de las cosas que aprendió antes; y últimamente debe ver y examinar las obras de varios maestros, para adquirir facilidad en practicar lo que ya ha aprendido. Cuando quieras hacer un estudio útil y bueno dibuja lentamente y observa qué luces participan de la claridad mayor, qué sombras son las más oscuras, cómo se mezclan y cuánto, compara unas con otras y compara la dirección de las líneas. La mente del pintor debe atender, entender y ordenar las figuras o los objetos notables que tiene delante; y en cada una de ellas debe detenerse a estudiarlas, y formar las reglas que le parezca, considerando el lugar, las circunstancias, las sombras y las luces.
  2. Con el Barroco, «las composiciones se complican, se adoptan perspectivas insólitas y los volúmenes se distribuyen de manera asimétrica. Mientras que la dinámica del espacio, la visión de las escenas en profundidad, la estructuración de las composiciones mediante diagonales y la distribución de manchas de luz y de color, configuran el espacio como algo dinámico, donde contornos se diluyen y las figuras pierden relevancia frente a la unidad de la escena».
  3. Aunque pintado por encargo del gremio de ballesteros de la ciudad de Lovaina.
  4. Hay que recordar que estos ornamentos, frecuentes en las tablas góticas centroeuropeas, eran comunes en retablos escultóricos y en nichos funerarios.

Referencias[editar]

  1. «Espacio pictórico». Tesauro de arte y arquitectura en aatespanol.cl (en español). Consultado el 25 de julio de 2018. 
  2. Vinci, Leonardo (1958). «XII». En Manuel Abril, ed. Tratado de la pintura (en español) (3ª edición). Madrid: Aguilar. p. 365 y ss. M 2222-1958. 
  3. Michaud, 2000.
  4. a b c Lucie-Smith, 1984.
  5. Arnheim, 1979.
  6. Schneede, Uwe M. (1978). «Los cuadros dentro del cuadro». René Magritte (en español) (1ª edición). Barcelona: Labor. p. 46 y ss. ISBN 8433575600. 
  7. Hess, Walter (2003). Documentos para la comprensión del arte moderno (en español). Buenos Aires: Nueva visión. p. 207. 
  8. Gombrich, 1979, p. 420.
  9. Białostocki, Jan. "The Descent from the Cross in Works by Peter Paul Rubens and His Studio". The Art Bulletin , Volumen 46, núm. 4, Diciembre 1964. pp. 511-524
  10. Baticle, Jeannine (1999). «7». Velázquez, el pintor hidalgo (en español). Barcelona: Claves. pp. 116-121. ISBN 844068925-X. 
  11. Garrido, Carmen Garrido. «Las Meninas, una técnica sutil y genial». elmundo.es (en español). Consultado el 25 de julio de 2018. 
  12. «Descendimiento de la cruz». Ficha en la colección del Museo del Prado (en español). Consultado el 27 de julio de 2018. 
  13. a b c Suckale, 2006, p. 70.
  14. a b Nieto Alcaide, 2003.

Bibliografía[editar]